domingo, 10 de julio de 2016


Doctorante: Piñate Fátima
LA AUTONOMÍA DEL SUJETO INVESTIGADOR EN EL
 MUNDO ACTUAL
Todo hombre, por naturaleza, apetece saber”
Aristóteles
En  esta concepción, el sujeto investigador como ente activo se vuelve consciente de la interdimensionalidad, de la presencia de lo contradictorio, reconoce lo inconcluso del pensamiento, lo inacabado y negocia con la incertidumbre. Ve a la naturaleza como una red dinámica que incluye al ser humano como componente integral. Se plantea una nueva visión ontológica, y todas las cosas se ven como interdependientes e inseparables. Le emerge la conciencia de la unidad e interrelación mutua de todas las partes y acontecimientos. Por tal razón si reflexionamos sobre las vivencias en la cotidianeidad, nos damos cuenta de que cuando estamos enamorados de algo o de alguien nuestra disposición cambia, nuestra imaginación brilla, si no somos atletas nos volvemos atletas, sino somos retóricos nos volvemos retóricos, si somos simple nos volvemos complejos y todo por esa fuerza, energía que nos impulsa, a profundizar, explorar, indagar lo querido, lo deseado, llevándonos a experiencias cumbres, a la concentración, a la absorción en ese algo lo suficientemente atractivo e interesante que requiere completamente nuestra atención.
Por ello, el sujeto investigador ha de esforzarse para crear una atmósfera apropiada e irse desconectando de las pautas y configuraciones que prevalecen en su mente: de los conceptos, principios, valores y leyes que le impiden adentrarse en la cosmovisión de la complejidad e iniciar el camino con atrevimiento, a despecho de las burlas, no solamente exteriores, sino también, las peores, las interiores, que nos reclaman el retorno al viejo paradigma donde hemos sido formados planteándonos la duda de si estamos haciendo ciencia o pseudociencia. Todo este proceso reflexivo lo ayuda a “deconstruir” las viejas concepciones que lo han hecho perderse en el mundo, un mundo discriminatorio, formulador de juicios y evaluaciones; desde la niñez nos han inculcado la idea de lo bueno y lo malo, la idea del bien y del mal; toda clase de deberías y no deberías. Por lo cual, el mundo reduccionista necesita de personas autómatas y desde niños nos adiestran para ello; de esta manera nos perdemos cada vez más en un lenguaje de palabras y pensamientos mediatizados impidiéndonos encontrar el camino de una conciencia no discriminatoria. Por lo tanto, reflexionar sobre todos estos aspectos ayuda al sujeto investigador a comprender mejor la realidad como un conjunto de relaciones e interrelaciones; e irse dando cuenta que la ciencia no posee cimientos firmes ni fundamentos.
Desde otras perspectivas, como investigadores hay que reducir la conciencia al asunto entre manos, hay que ser auténticos, sentirse libres en la búsqueda del conocimiento, libres en la influencia de los demás; esto significa despojarnos del mounstro del miedo, renunciar a los esfuerzos por impresionar, complacer o ganar aprobación. En este proceso donde estamos absortos, debemos estar conscientes de que no hay público ante quien actuar, entonces dejemos de ser actores, dediquémonos al problema o a la situación de estudio libremente con una sola meta la verdad, y así abriremos la válvula de la imaginación, la intuición y la creatividad sobre una racionalidad más que lineal, configuracional.
Finalmente, el sujeto investigador experimenta un verdadero cambio de conciencia, adquiere una conciencia ecológica, una actitud dialógica de no control ni dominio; esto le permite comprender, construir conocimiento, transformar la realidad y ser transformado por ella. Es el estar siempre abiertos a todas las posibilidades con una postura no violenta. Morín (2002) lo confirma cuando señala:

“Ecologizar nuestro pensamiento de la vida, del hombre, de la sociedad, del espíritu, nos hace repudiar para siempre jamás todo concepto cerrado, toda definición autosuficiente, toda cosa “en sí”, toda causalidad unidimensional, toda determinación univoca, toda reducción achatante, toda simplificación de principio”. (p. 144).

BIBLIOGRAFÌA

  • Capra, F. (1992). El punto crucial. Ciencia, sociedad y cultura naciente. Buenos Aires: Troquel
  • Hock, D. (1999). El nacimiento de la era caòrdica .Buenos Aires: Granica.
  • Marturana, H. (1999). Transformación en la convivencia. Santiago de Chile: Dolmen Ediciones.

  • Morin, E (1999). Introducción al pensamiento Complejo. Barcelona: Gedisa
  • Morin, E (2002). El Método. La Vida de la Vida. Madrid: Cátedra
  • Morin, E (1999). Tierra Patria. Barcelona: Kairòs 

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